La falta de semiconductores está poniendo a prueba la capacidad productiva de muchas compañías

Desde su aparición a mediados del siglo XX, los microchips se han convertido en elementos básicos en nuestra vida diaria. Son parte esencial de aparatos eléctricos y electrónicos, de productos que van desde ordenadores personales hasta videoconsolas y teléfonos móviles. Multitud de empresas los necesitan para sus procesos de producción. La demanda disparada de dispositivos electrónicos desde que comenzó la pandemia de COVID-19 se ha unido en los últimos meses a una recuperación del consumo a nivel mundial. 

Los microchips son circuitos integrados diminutos, que almacenan y procesan información, y que resultan imprescindibles para que los dispositivos electrónicos funcionen. El principal problema de muchas empresas radica en la falta de estos chips o semiconductores. 

Las principales fábricas de circuitos integrados se encuentran en Taiwán, Corea del Sur y Estados Unidos. Las grandes economías del mundo se han dado cuenta de los riesgos que implica la monopolización excesiva en la producción de un suministro tan esencial. Por ello, se están planteando la construcción de fábricas de microchips en su territorio.

Otro de los sectores más perjudicados por la crisis de los microchips ha sido el de la electrónica. Este incluye productos como videoconsolas o teléfonos inteligentes. Ante la explosión de la demanda durante la pandemia, este sector acaparó una buena parte de la producción mundial de semiconductores, pero también ha comenzado a acusar esta escasez.

A las puertas de la Navidad, la época más importante para el sector juguetero, la crisis de los microchips amenaza también a estos productos. La escasez de semiconductores se suma a la de otros componentes y materias primas, lo que ha provocado que los costes de producción se hayan disparado hasta un 40%. Esto se traducirá en un incremento de precios para el comprador y amenazará la viabilidad de muchos de los fabricantes.

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